Lugar de verdad by Christian Jacq

Lugar de verdad by Christian Jacq

autor:Christian Jacq [Jacq, Christian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2000-01-01T05:00:00+00:00


37

Paneb, en su calidad de maestro de obras del Lugar de Verdad, presidía el tribunal, que se había reunido ante el pilono del templo de Maat y de Hator.

Formaban parte del jurado la mujer sabia, el escriba de la Tumba, el jefe del equipo de la izquierda, Ched el Salvador y dos sacerdotisas de Hator. Todos los aldeanos asistían a una audiencia que se anunciaba excepcional.

Desde su regreso, Paneb no había hecho ninguna declaración oficial y menudeaban las conjeturas sobre los motivos de su arresto.

Se hizo un profundo silencio cuando el maestro de obras tomó la palabra.

—Diversas acusaciones falsas fueron formuladas contra mí por un habitante de la aldea que ni siquiera tuvo el valor de firmar el documento que entregó al visir. Fui encarcelado como un vulgar ladrón, pero tuve la posibilidad de defenderme gracias a la intervención de la reina Tausert, y demostré mi inocencia. Había que identificar al delator, el hombre que intentaba asentar su dominio sobre la aldea a costa de cometer una fechoría tras otra, el hombre que siempre me ha detestado y cuyo único alimento es la ambición.

Un murmullo de desaprobación recorrió la asamblea.

—¡Debemos denunciar esa basura de inmediato! —exigió Nakht el Poderoso.

Se dejó libre un acceso al tribunal, pero nadie se presentó.

Fened la Nariz se dirigió al maestro de obras.

—¿Sabes quién es el culpable?

—Sus propias acusaciones lo han delatado. Sólo él podía formularlas y disfrazar la realidad con tanto odio y mezquindad.

Los artesanos se miraron unos a otros, pero ninguno lograba creer que uno de sus compañeros se hubiera comportado de un modo tan mezquino.

Paneb el Ardiente se dirigió a Imuni, que se ocultaba detrás de Didia el Generoso.

—Al menos ten el valor de confesar —le recomendó.

El pequeño escriba de mirada falsa y rostro de roedor intentó retroceder, pero Karo el Huraño y Casa la Cuerda lo agarraron, uno por cada lado.

—No comprendo —farfulló Imuni, en el tono meloso que siempre había exasperado a Kenhir—. He hecho mi trabajo correctamente y…

—Acércate —ordenó el maestro de obras.

El escriba ayudante obedeció. Ante Paneb, la mujer sabia y el escriba de la Tumba fingió, primero, humildad.

—Tal vez haya cometido algún error, aunque mi intención no era hacer daño… Determinadas circunstancias me hicieron ver en Paneb unas faltas que no había cometido.

—¿Fuiste tú el que envió el expediente al visir? —preguntó el maestro de obras.

—Me sentí obligado a informarle de ciertos incidentes…

—¿Sin mi autorización? —atronó Kenhir.

—No… No deseaba importunaros.

—¿A quién crees que le estás tomando el pelo, Imuni? ¡Has traicionado mi confianza, has calumniado al maestro de obras y te has convertido en el enemigo de toda la aldea!

El pequeño bigotudo cambió de actitud y dio rienda suelta a su cólera.

—¡Nunca os habéis percatado de mis cualidades y mis derechos! —eructó—. Yo debería ocupar, desde hace mucho tiempo, el cargo de escriba de la Tumba, ¡soy el más cualificado de todos vosotros! ¿Por qué os negáis a admitirlo?

Paneb miró a Imuni directamente a los ojos.

—¿Fuiste tú el asesino de Nefer el Silencioso?

—No, no… claro que no… ¡Juro que soy inocente!

Paneb advirtió que el escriba le tenía demasiado miedo para mentir.



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